Con cierta nostalgia los saharauis recuerdan esta ciudad como una
profunda cicatriz que se mantiene abierta en el corazón de cada uno.
Mirando al mar se encuentra la pequeña península de Cabo Blanco y en su
extremo occidental se ven las paredes de las casas enterradas por la arena y
dos guardias de la frontera vigilan de noche y día los restos de lo que fue La
Güera. Por sus calles ya no hay transeúntes, ni comerciantes, ni mujeres, ni
niños; todo se lo llevó el exilio y el tiempo. Sus peces y pájaros asombrados
de tanta soledad abandonaron sus guaridas y con ellos desapareció el puerto de
esta pequeña ciudad que servía para la llegada de muchos productos que se
intercambiaban en la frontera con Mauritania.
La Güera sufrió el ataque del ejército mauritano en 1975, cuando este
país decidió ocupar la parte sur del Sáhara Occidental, la población resistió
en sus casas y luchó por cada metro de la ciudad, pero al final todos los
habitantes salieron a pie con las pocas pertenecías que pudieron llevarse con
ellos y con el apoyo de los guerrilleros saharauis pudieron llegar a la
frontera con Argelia y salvar sus vidas.
Treinta y cinco años han pasado y allí se mantienen los restos de una
ciudad que sirvió de punto de encuentro en la frontera y sigue reclamando ser
reconstruida y habitada por sus pobladores, pero hasta hoy nadie se acuerda que
allí tenemos varios kilómetros de mar y un trozo de territorio liberado que nos
permite soñar cerca del Océano Atlántico y enseñarle a las nuevas generaciones
una pequeña parte de su tierra que tiene agua, peces y barcos abandonados.
Parece que hemos sufrido la amnesia de la historia, permitiendo al tiempo
engullir una parte preciosa de nuestra tierra dejando al Barco de Azúcar
abandonado a su suerte, mientras el siroco va ganando metros cada año y las
paredes de las casas van desapareciendo, en este lapsus de la vida, la paz es
un producto pasajero de la imaginación y nosotros estamos condenados a esperar
lejos del olor del océano en medio de la nada.
Mientras tanto aquel barco que llegó un día lleno de azúcar y endulzó
nuestras gargantas con su paladar se ha convertido en un raquítico esqueleto
lleno de arena, y sus tripulantes unos fantasmas que pululan de noche
persiguiendo cada marea en busca de un nuevo puerto donde reine la libertad de
aquellas gaviotas que un día persiguieron las estelas de una ciudad perdida que
resiste frente al fulgor de las estrellas y la soledad de las dunas.
La Güera sigue indómita y desafiante, en su memoria está grabada la voz de sus pobladores que hasta hoy albergan la esperanza de volver a desenterrar su pasado feliz de comerciantes y pescadores, que un día pasearon por sus calles y vivieron intensamente unos años felices en los que crecieron sus hijos bajo la magia de una punta de tierra rodeada de un dulce misterio.
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